El continente más afectado por la pandemia decide país a país, ciudad a ciudad, cuál es la mejor manera de convivir con el virus
FUENTE: ELPAIS.COM JORGE GALINDO13 SEP 2020 – 19:42 EDT
Cuidarse. “Nosotros nos cuidamos”, “solo vamos con gente que se cuida” o “solo nos vemos en lugares donde tienen cuidado” son frases que están en boca de todo el mundo en el continente. A medida que las ciudades latinoamericanas reabren, sus habitantes tratan de reconstruir su vida cotidiana de manera que puedan sortear un contagio que sigue activo. Pero, por ahora, lo que cada uno entiende por “cuidado” es muy distinto. La duda es inevitable ante un virus cuyo comportamiento aún no conocemos del todo (aunque hoy sabemos mucho más de él que hace seis meses), y con el que la región parece condenada a convivir al menos por un tiempo. Una relación obligatoria y a la vez incierta que resulta inevitablemente en divergencias.
Las diferencias empiezan en lo más básico: la percepción de riesgo para la propia comunidad. La encuesta periódica que el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts por sus siglas en ingles) viene haciendo desde mayo indica diferencias muy significativas entre los doce países latinoamericanos en los que se realiza. Algunas tienen que ver con el grado de contagio real: efectivamente, la ciudadanía uruguaya está menos alerta, tal vez porque es, sencillamente, el país con menor incidencia de la epidemia en la región. En el otro extremo, que países como Perú o Ecuador, lugares donde el virus se ha ensañado, tengan a más de un 80% de sus poblaciones notablemente preocupadas no sorprende. Pero otros resultados son más difíciles de leer fuera de la subjetividad.
México, por ejemplo, no ha tenido una epidemia particularmente benévola. Más de 60.000 muertes confirmadas (y, según datos preliminares de exceso de mortalidad frente a años anteriores, esta cifra podría representar menos de la mitad del número real) y uno de los ritmos de contagio más sostenidos del mundo no parecen haber hecho más mella en el riesgo percibido que entre sus vecinos centroamericanos, donde el virus se ha cobrado (por ahora) menos víctimas.
La particularidad mexicana se acentúa cuando prestamos atención a la otra cara necesaria de la percepción de riesgo: ¿de quién (creemos que) depende minimizarlo? Todos los países considerados en la muestra se sitúan en algún punto de un espectro que va de “la responsabilidad es sobre todo propia” a “la responsabilidad es compartida”. Todos, salvo México, cuyos habitantes destacan en la atribución de responsabilidad a los demás.
Si en general no se percibe un peligro parejo al tamaño de la epidemia, y si además se descarga una mayor responsabilidad en los demás, las perspectivas para la reapertura en México no son halagueñas: al final, todos somos los “demás” de alguien. No es casual, quizá, que el contagio ya esté repuntando al menos en la capital y su área metropolitana.
En el espectro que abarca la encuesta, es la ciudadanía peruana la que más énfasis pone en el propio deber. Con la epidemia de mayor incidencia per capita en la región (al menos por ahora, y siempre contando solo casos confirmados), esta precaución extra tiene sentido. Mientras, Guatemala y Honduras se sitúan en el mayor grado de corresponsabilidad. Paradójicamente, el resultado práctico de ambas posiciones no es demasiado distinto: de nuevo, todos somos los “demás” de alguien. La diferencia, quizás, sí llegue en el grado de observación (y exigencia) que ponga cada ciudadanía en su entorno inmediato.
Dónde, cómo y con quién
Dónde ir, cómo hacerlo y con quién son las tres preguntas constantes en las que se concreta la nueva noción de cuidados. Como quiera que a la mente humana le gustan las señales claras y reconocibles de peligro (y de tranquilidad), en la pandemia ha encontrado una. La mascarilla, tapabocas, cubrebocas o barbijo se va convirtiendo poco a poco en una exteriorización del cuidado, una marca de responsabilidad con uno mismo y con la sociedad. Su presencia hoy es como la sonrisa o el gesto amable en un territorio hostil; su ausencia, lo contrario. Y, efectivamente, América Latina parece de acuerdo en que se trata de un instrumento extremadamente o muy efectivo. La variación se limita más bien al matiz entre el primero y el segundo grado, y ciertamente hay diferencia entre un extremo de la confianza (Guatemala: 82%) y el otro (Bolivia: 69%). Pero la variación es relativamente pequeña. La primera marca está asentada.
Ahora bien, las divergencias resurgen cuando se considera el siguiente gran componente del contagio: la cercanía entre personas. Podemos usar la noción de “un lugar operando a capacidad completa” como aproximación de cercanía. Así lo hace la encuesta del MIT. Aquí, las diferencias, más que entre países, son entre destinos. Estadios, iglesias y escuelas son particularmente poco favorecidos. La escasa voluntad en asistir a establecimientos educativos, que tiene un amplio consenso en la región, es muy significativa, dado el enorme coste al que se enfrentan los niños y niñas para la educación a distancia sin fin a la vista (particularmente de familias más vulnerables, sin acceso a medios alternativos).
El trabajo se ve como inevitable para aproximadamente una mitad de la ciudadanía. Pero, sorprendentemente, la voluntad de ir a una playa no es muy distinta que la de acudir a un restaurante, siendo que el contagio en el segundo es mucho más probable que en la primera: empezamos a discernir que la transmisión en espacios cerrados y poco ventilados es un vector fundamental, por no mencionar lo imposible que es mantenerse con nariz y boca cubiertas mientras se consumen alimentos.