Obama alertó a Trump para que no diese cargo alguno al general Flynn
La trama rusa afronta un día clave con el testimonio de la fiscal general despedida por Trump.
A este país se le pone cada vez la cosa más difícil por la inexperiencia del actual presidente Donald Trump que sólo vive twitiando sin saber los problemas que eso le pueda causar.
WASHINGTON DC, USA.- La tormenta arrecia sobre Washington. Horas antes de la comparecencia de la ex fiscal general Sally Yates sobre la trama rusa, ha trascendido que, dos días después de las elecciones, el presidente Barack Obama desaconsejó a su sucesor, Donald Trump, que incluyese en su equipo al teniente general Michael Flynn. El motivo, según fuentes citadas por medios estadounidenses, eran los problemas que había generado Flynn cuando dirigió con mano tiránica la Agencia de Inteligencia de la Defensa, entre 2012 y 2014. El millonario republicano hizo caso omiso a esta advertencia y nombró consejero de Seguridad Nacional a Flynn, máximo exponente de la corriente rusófila en la Casa Blanca. Sus tratos con el embajador ruso en Washington, Sergei Kislyak, precipitaron su caída el pasado 13 de febrero, apenas cuatro semanas después de ser designado.
En su cese jugó un papel clave la entonces fiscal general en funciones, Sally Yates, que comparece hoy a las 14.30 hora local (20.30 en Madrid, y 13.30 en Ciudad de México) ante el Subcomité Judicial del Senado. Su testimonio es determinante por su conocimiento de las conversaciones entre Flynn y el embajador. Con Yates declarará también el ex director de Inteligencia Nacional, James Clapper.
La presión es máxima. Figura odiada por el presidente, la fiscal fue destituida a los cuatro días de dar la voz de alarma por su oposición al polémico veto migratorio. Hoy mismo, Trump echó más leña al fuego y en un claro ejemplo de intromisión presidencial pidió públicamente en un tuit que en el subcomité se le preguntase a Yates “si sabe cómo fue posible que información clasificada acabase en los periódicos poco después de que la explicase a la Casa Blanca”.
El escándalo Flynn tuvo su epicentro a finales del año pasado. Donald Trump aún no había asumido el poder, y el presidente Barack Obama iba a hacer públicas las sanciones contra Rusia por su operación de desprestigio contra Hillary Clinton durante la campaña electoral. En ese momento, el magnate republicano tenía delegadas las relaciones con el Kremlin en el teniente general Michael Flynn. Un militar de 58 años tan brillante en el campo de batalla como extremista y rusófilo en el terreno ideológico.
Aunque no se sabía públicamente, Flynn era objeto de investigación por los servicios de inteligencia: su relación con Rusia iba más allá de sus simpatías por los juegos de poder de Vladímir Putin. Tras separarse de la Administración en 2014, había trabajado como asesor para empresas rusas y en su aproximación incluso había compartido mantel en un acto público con Putin.
Pero no eran sólo esas conexiones las que levantaban suspicacias. El propio Obama, según fuentes de la Casa Blanca, alertó a Trump de que no nombrase para ningún cargo a Flynn por la forma abrupta y abusiva en que había dirigido la Agencia de Inteligencia de la Defensa y que acabó con su despido.
El republicano desoyó el consejo. Confiaba en Flynn para destensar las relaciones con el Kremlin. Y así ocurrió el 29 de diciembre pasado. Ese día Obama anunció la expulsión de 35 diplomáticos rusos por las injerencias durante la campaña. Acto seguido, Flynn llamó al embajador ruso en Washington, Sergei Kislyak. A lo largo de varias conversaciones telefónicas, el teniente general dio a entender que si Moscú mantenía la calma y dejaba sin responder las sanciones, sería más fácil reequilibrar las relaciones cuando Trump fuese investido. A la mañana siguiente, Putin decidió no tomar ninguna represalia. La inacción asombró al mundo.
Tras la toma de posesión presidencial, el 20 de enero pasado, Flynn fue nombrado consejero de Seguridad Nacional. Al ser interrogado por el FBI por sus conversaciones con el embajador Kislyak, negó haber tratado las sanciones. Lo mismo dijo públicamente. Y esa misma versión fue defendida en varias entrevistas por el vicepresidente, Mike Pence. Fue entonces cuando intervino la fiscal general en funciones, Sally Yates, número dos de la anterior responsable de justicia, la demócrata Loretta Lynch, y que había asumido interinamente el puesto.
El 26 de enero solicitó una entrevista con Donald McGahn, consejero de la Casa Blanca. Conocedora de las escuchas que el servicio de inteligencia había hecho por rutina al embajador Sislyak y en las que figuraba la conversación con Flynn, la fiscal Yates alertó de que el consejero de Seguridad Nacional estaba faltando a la verdad y que, por lo tanto, era susceptible de chantaje por Rusia.
La advertencia de Yates era de una gravedad excepcional. Uno de los máximos responsables de la seguridad de Estados Unidos y guardián de sus más profundos secretos estaba mintiendo, incluso al vicepresidente, sobre su relación con el Kremlin. La Casa Blanca restó importancia a la advertencia, consideró que se trataba de un caso legal y Trump dejó el tiempo pasar. Pero Yates no sobrevivió. Cuatro días después, cuando la fiscal general se negó a defender el polémico veto migratorio, la fulminó. Y únicamente después de que The Washington Post revelase dos semanas más tarde las conversaciones con Kislyak, el presidente se deshizo de Flynn.
Desde entonces, Trump no se ha podido librar de la trama rusa. El FBI y dos comités de inteligencia investigan si el entorno del republicano se coordinó con el Kremlin en el ciberataque contra Clinton. Aunque todavía no se ha demostrado la conexión, cualquier nuevo indicio resultará inmensamente tóxico para la Casa Blanca. Caído Flynn y sometido a inhabilitación parcial el fiscal general, que también ocultó sus conversaciones con el embajador ruso, la próxima pieza a capturar es el propio presidente. La declaración hoy de Kates será clave.
Fuente: elpais.com